UN SEGUIMIENTO DE LOS BARES A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA Y EL RESTO MUNDO




lunes, 14 de octubre de 2013

Bar MªRosa


De Donosti me fui directo a Llanes (Asturias), a un albergue lleno de alemanes. Y lo hice sin apenas tocar una autovía. Sí, tardé 6 horas en llegar pero no sabéis lo bonitos que son los municipios costeros de Euskadi o lo bien que se come en los pueblos perdidos de Cantabria o no conocéis la sensación de que el bosque te abrace al ir por la carretera. Uno de los días que pasé en Asturias subí a Los Picos de Europa y volví a escribir mis impresiones en una libreta:

Hoy he ido a los lagos de Covadonga. Roman me aconsejó este sitio y me dijo que lo mejor sería que subiese en bus. Le he preguntado al tío del albergue en Llanes qué tenía que hacer para subir en bus a Covadonga, y así, a grandes rasgos, aunque no con estas palabraas, me ha venido a decir que hay que ser una nenaza para no atreverse a subir en coche. Total, que me he picado y aquí estoy con el valiente corsa.
Esto es todo muy verde y muy bonito, es como si todo estuviese cubierto por una alfombra verde agujereada por aquí y por allá por las rocas. Está todo lleno de vacas por todas partes. Van por ahí sueltas sin que nadie les diga ni 'mu' (ja!). Aquí son las reinas del mambo.
He parado en el restaurante que hay en el parking para beberme una cerveza, poder meter esto en birracentrismo y de paso comerme mi bocadillo de atún con olivas. Hay un cartel que dice que no admiten comida de fuera, pero yo he seguido con mi bocata casero. Me miran mal pero nadie se atreve a decirme nada. Vete a saber qué pintas debo tener para que no se me acerquen ni para tirarme de aquí. No he pedido sidra en ningún sitio desde que llegué a Asturias porque nunca me ha hecho mucha gracia, pero debe ser muy barata porque la gente la pide por botellas de litro y medio y tira la mitad al suelo. Se acerca una nube, que aquí arriba es como las vacas, que al principio te hacen gracia porque las puedes tocar pero luego te das cuenta de que lo único que hacen es tocar los cojones a los conductores. Me voy a darme un vuelva, a ver con qué me encuentro.

Después de comer me alejaría de la cantidad de gente que se hacía fotos con vacas y me pondría a andar por una senda por la que no había ni dios. Escucharía la llamada de la naturaleza, la atendería entre unas rocas y, a una distacia prudencial, me echaría una siesta tumbado en la hierba. Al volver a abrir los ojos me acojonaría al ver la niebla justo encima mía y decidiría es que momento de volver a Llanes.

jueves, 3 de octubre de 2013

Bar Gure Etxea

Secundino Esnaola

Me levantaba una mañana con energías renovadas y ganas de comerme el mundo. Me miraba con buenos ojos en el espejo del ascensor mientras éste decía algo así como 'jaisten-bajando'. Me dirigí a la entrada para decirle a la recepcionista: "Bon dia, xiqueta. Hoy quisiera irme de pinchos." Y la chica me explicaba que las mejores zonas eran la parte vieja y Gros, me marcaba en un mapa las calles más señaladas y me imprimía una lista que ella misma había elavorado sobre sus tabernas favoritas. Pero me advertía de que eran las 10 y la hora buena para ir de pinchos era a partir de las 11. Le dije que daba igual, si iba a ir tranquilamente andando.
Volvía a hacer un día feo. La otra recepcionista ya me había avisado de que Donosti era así, que comenzaba a llover y ya no paraba, que empezó un día en octubre del 53 y todavía estaban esperando (esto último no lo dijo pero me hubiera hecho gracia que lo hiciera). Emprendí el camino sorteando las babosas para no tropezar con ellas (no, no las pisas, tropiezas con ellas). Chispeaba a duras penas pero ya tenía un chubasquero en la mochila por si acaso. La cosa era fácil, sólo tenía que tirar siempre cuesta abajo y en algún momento me encontraría con el río o la playa. A partir de ahí ya estaba hecho.
Un par de horas más tarde me daba cuenta de que si no coincidían los nombres de las calles con las del mapa era porque me encontraba en otra localidad. Había salido de Donosti. Pasaia es muy bonita también, por cierto.
Cuando llegué a Gros no eran ni mucho menos las 11 pero sí me tomaría un par de pinchos antes de caer rendido de agotamiento en el paseo de la playa de Zurriola. Me tumbé a la sombra del único edificio feo de la ciudad.

El lugar que elegí para aposentar mis nalgas y rehidratarme después de tan agradable travesía fue el Bar Gure Etxea. Los prometidos pinchos los tenían en la barra a 1€. Les dije a las alegres mozas que se encontraban de servicio que quería uno y me contestaron que cogiera los que quisiera y que al pagar ya les diría cuántos me he comido. Y pensé que algo así no podía pasar en Valencia, que si tienes que fiarte de la palabra del cliente casual, el negocio dura 2 semanas.
Me comí dos de aquellos pinchos, dos de los pocos que no tenían pimiento. Soy así de gilipollas a la hora de comer. Dos pinchos y tres cañas, porque el vasco auténtico se bebe las cervezas de 3 en 3 y no de una en una como cualquier nenaza, y eso se premia con ofertas económicas en lugares como el que tratamos. Por más que me gustó el sitio poco más puedo contar sobre él. No salí de allí sin antes pedir consejo a una de las camareras sobre la quiniela que llevaba entre manos.

- Qué le pondrías al Granada contra el Espanyol?

- Granada, me gustan más los andaluces.

- Estás segura?

- Sí, sí, Granada. Gana seguro.

- Perfecto, pues. Si me toca vuelvo, eh?

- Y si no también, la hostia.

Salí de allí pensado que efectivamente, volvería aunque no me toque nada.
Visitaría más tabernas con pinchos a lo largo de la tarde pero ninguna me gustaría más que esta. De los lugares de la lista que me dio la chica del albergue encontraría bien pocos. La mejillonera es uno de los que lamento no haber encontrado sólo por la descripción que ponía en la lista. Decía: precios asequibles y raciones generosas...no apto para sibaritas. Lo no apto para sibaritas suele ser idóneo para mí, pero no tendría más ocasiones de encontrarlo porque ese iba a ser mi último día en Donosti. Próxima parada, Asturias. A ver que se cuece por allí.